Eric Calcagno
Atentado a Cristina: del odio como discurso de clase
Algunos hechos
El odio político funciona como un aglutinador social de los que tienen el mismo
objeto odiado. En la historia argentina abundan los comportamientos donde las
figuras representativas de los sectores populares ocupan la centralidad del odio
de otros intereses sociales. Viene al pensamiento el caso de Moreno y su
proyecto jacobino que terminaron en el fondo del mar; San Martín al exilio; el
de Dorrego con el partido popular, fusilado por el partido unitario; la represión
después de Caseros y Rosas al exilio; las expediciones mitristas a las
provincias después de Pavón, el asesinato del Chacho Peñaloza entre tantos
otros…
Las dos amenazas que concitaron el odio de las clases propietarias durante el
siglo XX fueron la “chusma radical” encabezada por Yrigoyen y el “aluvión
zoológico” con la conducción de Juan y Eva Perón.
El odio político es un modo de reconocimiento entre pares, es decir odiadores
de lo mismo. Ese conjunto queda establecido por un axioma, como por ejemplo
“nada de lo popular es bueno”. Entramos pues en una dialéctica de
esencialismo y naturalización, ya que si nuestra esencia es odiar a los
populares, estos naturalmente representan una amenaza. Son merecedores de
todo odio. No hay espacio para la reflexión, no es necesaria ni bienvenida. Por
el contrario, cualquiera que pretenda ejercer el pensamiento crítico sera…
odiado de inmediato.
En la Argentina lo vimos con el conflicto de la resolución 125. Luego de salir de
la situación de crisis terminal y disolución nacional vivida en el 2001, nuestro
gobierno cometió el error de considerar una medida técnica –como las
retenciones móviles- sin valorar la dimensión política en su totalidad y
complejidad. Porque todos los sectores que fueron afectados por la acción de
gobierno de Néstor y Cristina Kirchner pudieron encontrar un punto de unión
para ejercer el odio, en su expresión política opositora.
La política de derechos humanos con los juicios contra los genocidas provocó
la reacción de los sectores conservadores que siempre vieron en las fuerzas
armadas un ejército de ocupacion. La renegociación de la deuda, con una quita
inédita, trajo el encono del sector financiero especulativo (aliado de los antes
mencionados). La pesificación de las tarifas de las empresas multinacionales
de servicios públicos tampoco fue del agrado de sus ejecutivos, ni la
nacionalización de Aguas Argentinas era una buena señal para las casas
matrices. El aumento de las retenciones sobre la soja, cultivo por entonces en
altas cotizaciones, sólo podía confirmar el ataque a la propiedad privada,
entendida como un absoluto. Los partidos políticos de la oposición, por
supuesto, se opusieron. Así como los medios de comunicación dominantes,
tributarios y voceros de los mencionados.
Son esos medios los que lograron presentar a las entidades patronales
agrarias como si fueran la totalidad del campo, y mostrar a ese campo como el
conjunto de la Argentina. Lograron esa operación simbólico que consiste en
tomar una parte por el todo. Lo hicieron creíble para una gran parte de la
población. Lograron concitar la atención de vastos sectores de la sociedad en
torno a la idea de propiedad, no importa que sean 20.000 hectareas en la zona
núcleo o un dos ambientes en Caballito. Y las cosas sucedieron como
sabemos.
Además existe un comportamiento complementario del odio, que es la
humillación. Aquellos que son objeto del odio no sólo deben ser vencidos, es
preciso que sean humillados. El ejemplo debe cundir. Quizás como la última
instancia de legitimación de esa actitud irracional, ya que supone tener razón
sólo porque la otra opinión no existe o ya no existen quienes puedan sostener
esa opinión. Es el “fraude patriótico” ejercido desde 1930 hasta 1943, es la
proscripción del peronismo desde 1955, con el decreto 4161, que prohibía la
mención de cualquier líder popular, la derogación por bando militar de la
Constitución Nacional de 1949, el fusilamiento del General Valle –entre tantos-,
la represión a los sindicatos y pronto a las universidades.
En ese contexto, consideramos que el actual odio contra la Presidenta del
Senado es porque Cristina hace presente un determinado imaginario.
Es el sistema de representaciones tradicional del peronismo, encarnado en
Evita y las tres presidencias de Perón, que evocan justicia social, libertad
económica y soberanía política. Es el voto femenino y es distribución del
ingreso, gratuidad de la universidad, movilidad social ascendente. Sindicatos.
Sociedad civil. Planificación. Es un determinado estilo de desarrollo, un modelo
de país, un proyecto político.
También evoca a Néstor. Quien saca la Argentina del infierno –esa disolución
nacional del 2001-, elimina al Fondo Monetario Internacional de los esquemas
de poder, recupera ingresos para los asalariados. Duro con los fuertes, humilde
con los débiles. Enseña que siempre hay que duplicar la apuesta. Son también
los dos gobiernos de la propia Cristina. Nacionalización de las AFJP que
recupera las jubilaciones, YPF con el petróleo, empresas de servicios
públicos… además de nuevos derechos para minorías hasta entonces
ignoradas.
Los límites de cada momento, las contradicciones y los errores a veces trágicos
que marcan casi ochenta años de peronismo a veces gobernante, otras
bombardeado, perseguido, proscrito, aún derrotado en las urnas, no pueden
ser olvidados cuando entregó la economía a los monopolios extranjeros en los
noventa, y merecen amplia autocrítica.
Sin embargo, en la actualidad esos defectos aparecen menores frente al
imaginario que propone Cristina. Que representa la aspiración popular en la
construcción de una certidumbre auspiciosa para hijos, familia y país.
Para que las representaciones sean funcionales, deben estar basadas en
hechos, cuya articulacion entre lo ideal y lo material tiene que ser operativa.
Por más que el pasado sea embellecido, si no existe una verosimilitud entre la
memoria transmitida o la experiencia vivida, no hay nada. Ese imaginario está
centrado en Cristina, que por cierto no lo buscó, aunque lo ejerce.
En la marcha del 2 de Septiembre de 2022 a la Plaza de Mayo pudimos
escuchar algunas razones de la presencia de los presentes. ¿Por qué está
aquí? Mi abuela se jubiló, yo tuve trabajo, mi hijo recibió una netbook. Me pude
ir de viaje. Mi empresa mejoró. Es que el peronismo, con su infinita cantidad de
errores, tiende a distribuir mejor las proteínas, los ingresos y también las
esperanzas. No basta destruir la conquistas. Hay que liquidar hasta el
imaginario, y ese imaginario es Cristina.
Del otro lado encontramos las palabras del contraalmirante Arturo Rial en 1955:
“Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito
país el hijo del barrendero muera barrendero”. No le fue tan bien, la hija de un
colectivero y una gremialista fue Presidenta dos veces (hasta ahora).
Es que el imaginario que imponen los sectores dominantes de la Argentina
hacia la ciudadanía es no-positivo. Todo está mal, siempre, todo el tiempo. Es
mejor vender hot-dogs en Wichita Falls que ser ingeniero en Mendoza. Dicen
que Cristina se afanó uno o dos PBI, pero no encuentran donde los escondió.
En el reflejo odiador, significa que los ha escondido bien. Contra toda
evidencia: cuando buscaron la ruta del dinero k sólo encontraron cuentas off-
shores de macristas.
También hemos leído de personas cultas, que “Cristina deberá demostrar su
inocencia en todos los estrados”, cuando el debido proceso ajustado a derecho
marca lo exacto contrario. A menos de querer instalar un tribunal de excepción,
que tenga jurisdicción para condenar miltantes populares. Algo parecido a la
Cámara Federal en lo Penal de la Nación, creada en 1971 por la dictadura
cívico-militar de Lanusse, que fue llamado “Camarón”.
Con respecto al atentado, gentes de igual laya sostienen que “fue armado por
los K”, es decir una pantomima de autoatentado, pero al mismo tiempo
lamentan “que la bala no haya salido”. ¿En qué quedamos? Un ejercicio inútil
pero ilustrativo es comparar los twits donde estos personaje condenan los
hechos con los mensajes anteriores, donde Cristina, el peronismo, el
movimiento nacional, son condenados a todos los círculos del infierno. Hasta
hubo un periodista que lamentó “el atentado fallido”, en vez del “fallido
atentado”. Si el lenguaje es la casa del ser….
Ciertas explicaciones
La palabra odio viene del latín odium, que significa conducta detestable. Es la
expresión exterior del enojo interno (aborrecimiento a algo o a alguien), cuyas
acciones son rechazar o maldecir.
Conducta detestable, aborrecimiento, rechazo o maldición no parecen
comportamientos demasiado racionales. Sin embargo, escuchamos hablar del
“discurso del odio”, lo que supone una lógica inherente a todo relato. También
existen los odiadores (haters), propaladores de esa prédica, lo que indica una
actividad particular, cuando no una profesión. Así, el “discurso del odio” es el
ordenamiento en palabras de una irracionalidad.
En este caso la relación entre las palabras en una frase, regidas por ortografía
y gramática, elementos constitutivos de un sistema racional que busca ser
entendible, contrasta con la producción del discurso de odio, basado en
palabras y frases, en apariencia lógicos, pero cuyos conceptos carecen de
relación con los hechos o personas que describen de modo siempre
despectivo.
El discurso de odio tiene por característica la disposición de palabras, frases y
conceptos de un modo racional, para sostener una posición irracional. Es lo
contrario de la argumentación.
A veces parece que el vocabulario de la redes sociales invade el campo del
análisis político. Es el caso de los “odiadores”, esos personajes de la internet
caracterizados por su uso desmedido de los adjetivos descalificativos, cuya ira
busca los favores del algoritmo. Es que ese algoritmo, a su vez, habilita y
necesita ese tipo de expresiones que aumenten las interacciones en el trámite
de monetización. La truculencia vende más que la bondad, el vicio que la
virtud, la emoción que la reflexión. Nada que no sepamos desde hace un par
de milenios.
Pero adoptar el concepto de “odiadores” en temas de debate público es
adaptar un concepto que no rinde cuenta de la realidad que pretende analizar y
quizás resolver, sino que más deforma la percepción de la realidad más allá de
cualquier anteojera ideológica.
Así, los males de la política serían los “odiadores” que desencadenan sus
mensajes contra tal o cual personalidad, y siempre contra Cristina. El odio es la
exteriorización de un enojo interno, que considera aborrecible a una
determinada persona, que debe ser desplazada o deshecha de la realidad. De
allí el atentado.
Emilio Mira y López (1896-1964) fue un médico catalán precursor de la
psicología y la psiquiatría. En 1947, ya exilado en América del Sur, escribió
“Cuatro gigantes del alma: el miedo, la ira, el amor, el deber”. En la parte
dedicada a la ira, encontramos un interesante análisis del odio. Según Mira, el
odio tiene varias características: a) imposibilidad material de alcanzar el objeto
(o sujeto) odiado; b) temor de que éste, al ser atacado, reaccione infligiendo
mayor daño; c) temor de la sanción moral o social en el caso de satisfacer
directamente el impulso agresivo; d) reconocimiento implícito de que hay "razón
suficiente" para justificar la cólera sentida.
El odiador sufre cada vez más las consecuencias de su odio; éste se condensa
y se concentra, comunicándole una rigidez y un aspecto inconfundibles cuando
se halla en el campo de acción o de presencia de su "objeto", dándose la
curiosa paradoja de que cuanto más afirma que "no lo puede ver" más lo en-
frenta y le tiene en-ojo.
Es, en suma, anular la cólera anulando el motivo de miedo que la engendró. En
la medida en que el odio da paso al "proyecto" de venganza, el sujeto empieza
ya a tener un consuelo: se siente solidario con ese proyecto y lo "acaricia",
anticipando imaginativamente el placer de su realización. Vive y revive en su
fantasía el momento en que triunfe sobre el poder odiado (porque objeto, idea o
persona, lo odiado representa siempre una fuerza o poder), y la
autosatisfacción que ilusoriamente encuentra en tal ensueño es un bálsamo
para su, hasta entonces, impotente rabia.
En tales condiciones nada puede, ya, hacerse para devolverle la paz "desde
fuera", puesto que su rabia crece y se magnifica por autoinducción. Cualquier
gesto de generosidad, conciliación o complacencia sólo sirve para empeorar el
resentimiento; la única salvación sería borrar el pasado u olvidarse de si
mismo, mas una y otra condiciones son prácticamente imposibles de logro y
por ello la persona resentida se comporta, al parecer, masoquísticamente,
aumentando sin cesar los motivos de su sufrimiento, cual si quisiera expiar su
cobardía o su ineptitud para lograr la reparación de su vulnerado yo.
El problema de los odiadores es que han comprometido su ser. Son porque
odian. Si no odian, dejan de existir. No pueden evitar estructurar la vida en
torno a la frustración, provocada por la existencia del objeto odiado, siempre
vivido como una amenaza, ya sea una persona, un movimiento político, una
clase social o un país.
Así, la materialización del ataque contra CFK provoca de inmediato en la
prensa dominante la teoría del “lobo solitario”, al tiempo que instauran la teoría
de “los dos odios”, y de inmediato ponen la carga de la prueba en la víctima.
Esos mismos medios disminuyen la sanción social: al otro día publicaban cómo
cargar de manera correcta el arma criminal. En síntesis, queda establecido al
nivel de sentido común dominante, que Cristina merece la muerte, robó un PBI,
y la prueba de la culpabilidad de CFK es que la odiamos. De hecho, padecimos
los alegatos de los fiscales en el caso “vialidad”, pero no podemos escuchar a
los testigos y a la defensa que demuestran la inexistencia de pruebas.
“Es preciso que el odiador considere en cierta medida valioso lo que odia, pues
de lo contrario no es posible que sienta ira hacia ello. Solamente se engendra
en nosotros odio cuando la ira no es totalmente descargada o satisfecha: y ya
hemos visto que la ira, a su vez, solamente brota cuando tropezamos con un
obstáculo capaz de malograr (o amenazar de fracaso) nuestra habitual
adaptación situacional”. Concluye Mira.
¿Qué habrá querido decir Mira con “nuestra habitual adaptación situacional”?
Es allí donde aventuramos que por “adaptación situacional” entenderemos el
lugar en cual cada uno, cada cual, cada grupo, cada sector, cada clase ocupa
tanto en lo real como en el imaginario que proyecta de la sociedad que desea.
Como suele ser común que entre la situación concreta y la situación imaginada
exista una cierta distancia, pues nadie está satisfecho con lo que tiene, ya sea
que falte de lo básico o rebalse de lo superfluo.
De esa diferencia, a veces abismal, pueden surgir los “cuatros gigantes de
alma” que evoca Mira, que recordemos son el amor, la ira, el miedo y el deber.
Así es posible impulsar percepciones y acciones individuales o colectivas que
busquen disminuir esa distancia, aunque parece que el amor y el deber pueden
ir en la construcción de un sentido de virtud, mientras que el miedo y la ira
abundan en el goce de la frustración.
Es en esa perspectiva que podemos emplazar la definición de Mira sobre el
odio político. Señala que es “sumamente devastador porque puede invocar
para satisfacerse, a cada momento, el "sagrado prestigio de la Patria". Así,
basta acusar al odiado vecino de ser "traidor al país" para que sobre él caigan
los anatemas de quienes (y son, aún, la mayoría) son incapaces de dar a esa
palabra un valor variable, en función del marco conceptual en que es
empleada”.
Conclusiones siempre provisorias
En este breve texto, demasiado largo para artículo y demasiado corto para
ensayo, hemos tratado de analizar el fenómeno del odio. Para eso utilizamos
los análisis que desarrolló Mira y López, en particular sobre el odio político.
Creemos que el odio, en tanto conducta detestable, sirve para articular
intereses diversos unidos sólo por la detestación hacia un concepto, una
persona, un movimiento o un país. El odio quita la necesidad de argumentar,
no requiere debate, es permanente e instantáneo. Ante la figura odiada, todo
está permitido.
Es lo que vemos en el caso del atentado contra Cristina. Es un ejemplo más de
la necesidad del odio en la construcción de toda dominación, que ha tenido
tristes eventos en la historia argentina contra los populares, los federales, los
radicales primero y los peronistas después. El odio práctico no sólo exige la
victoria del “bien” sobre “el mal”, sino que precisa que el adversario sea
humillado. En esa ejemplaridad los odiadores buscan la continuidad de su
sentimiento, o al menos su impunidad de sus crímenes.
Quisiéramos concluir sobre la idea de “pacto social” que tanto ha sido evocada
estos días. La idea de pacto es la ficción con la que los primeros filósofos
liberales supusieron la existencia de un poder legal. Por supuesto, no son los
ciudadanos libres los que donan una parte de su soberanía al Estado, sino que
en los hechos es el Estado quien toma el monopolio de la violencia legítima y
que hace ciudadanos a los hombres, ya sea porque necesita impuestos o
soldados. Con la modernidad las cuestiones evolucionarán, hasta un
determinado consenso centrado en la elección de la conducción política del
Estado, la separación de poderes y la satisfacción de necesidades colectivas a
través de los bienes públicos.
¿Al surgimiento de qué tipo de contrato asistimos hoy? ¿Al del odio de clase?
¿Al que establece el uso de la violencia como modo de resolución de los
problemas? ¿Será duradera la legitimidad de la imposición de un sentido
común tan instantáneo como cambiante? ¿Un asesinato, una guerra civil será
el precio de ese contrato?
Es el tiempo de responder al odio con política, o como diría Mira y López, a la
ira de clase con el deber militante. Decir que “el amor vence al odio” es
excelente, el entusiasmo es hermoso, pero precisamos de acciones concretas
en el ámbito del gobierno, que sean sostenidas más por marchas en las plazas
y decisión en las instituciones que por misas y buenas intenciones. Hemos
rozado la guerra civil. Es el momento de actuar sobre las causas y no
lamentarnos sobre las consecuencias.
Las balas destinadas a Cristina que no salieron, sin embargo fueron certeras
para terminar con el pacto de convivencia que bien que bien o mal que peor
existía desde 1983. Ahora entramos en territorios inexplorados, donde
encontraremos los monstruos de siempre, o acaso nuevos, como en los mapas
medievales.