Eric Calcagno
De la pandemia a la Peste: El caso de Atenas, o la política entre mitos y polis.
Especialista de la antigüedad greco romana, Florence Dupont escribió en 1984 un artículo en la Revista Histoire, économie et société: “Pestes de ayer, pestes de hoy”.

En la Grecia antigua, nos dice, la vida personal estaba estructurada en la relación entre lo privado y lo público. Así, si su cuerpo privado está enfermo, es el resultado de su ética personal, de un estilo de vida errado; pero si es el cuerpo publico quien cae enfermo, entonces está enfermo como ciudadano. Y en ese caso la dolencia recae sobre la polis.
En ese contexto, sin las capacidades mínimas de identificar la naturaleza biológica de la pandemia, con la impotencia de los médicos frente a las muertes masivas, prima el sistema de representaciones dominantes en la sociedad, y es cuando surge una explicación mítica. Esta explicación mítica debe evitar que la peste sea el apocalipsis final, la caída física y moral de la ciudad, lo único que importa es salvar la polis de la desaparición.

La Peste en Atenas vista desde el siglo XVII, según Francois Perrier.
Ocho siglos antes de Cristo, Hesiodo explica en “Los trabajos y los días: “a veces una ciudad entera es castigada a causa de un solo hombre que comete injusticias y crimines ; de lo alto de los cielos, el hijo de Saturno desencadena a la vez dos grandes flagelos, la peste y el hambre, y los pueblos perecen; sus mujeres no engendran más y sus familias decrecen por la voluntad de Júpiter, rey del Olimpo, que destruye su vasto ejército, derriba sus murallas o castiga a sus naves hundiéndolas en el mar”.

Hesiodo, Los trabajos y los días. Y la peste.
De allí que la aparición de la peste sea la señal de los Dioses por un crimen impune (una imagen que perdurará a lo largo del tiempo). Así, a nivel social. la aniquilación de la polis es atribuida a la culpa de jefes políticos que niegan el flagelo, rechazan consular a Apolo, investigar y expiar el crimen cometido. De este modo, es la política que lleva la responsabilidad de la muerte de sus conciudadanos.
Por esos tiempos, también Homero evoca en la Ilíada cómo la peste cayó sobre los guerreros aqueos que sitiaban Troya. La causa, nos dice, es que Agamenón raptó y esclavizó a Criseida, hija de Crises, sacerdote de Apolo. Crises apela al Dios, que lanza el flagelo sobre los griegos. Sólo cuando el adivino Chalcas, protegido por Aquiles, devela que la causa de los males es el sacrilegio cometido a Apolo que la hija es devuelta a su padre, y cesa la peste.

Apolo ataca a los aqueos y manda la peste a flechazos.
En ese mismo sentido, Plutarco refiere en sus “Vidas paralelas” (a finales del primer siglo de nuestra era), el conocido caso del Rey Rómulo. Allí cuenta que Rómulo tuvo que enfrentar una pandemia que estalló en Roma después de una guerra. Pronto entiende que la peste señala algún crimen cometido durante la guerra, y es la tarea del Rey buscar el error y enmendarlo, ya que está a cargo de la ciudad, y que por ser una peste un simple ciudadano –que no está enfermo en su cuerpo privado- es incapaz de resolver el problema –ya que es una enfermedad de su cuerpo social-, esta solución debe ser política.
Y así recuerda que embajadores de la potencia rival fueron asesinados en violación del derecho de gentes garantizado por los Dioses. Rómulo encuentra a los culpables, los castiga con la muerte, y así purifica y salva a Roma: el mal desparece. En esa perspectiva la peste aparece como un acontecimiento religioso a la vez que político, y ataca una ciudad en tanto comunidad humana civilizada.
Esa visión tiene un correlato real en la Peste de Atenas de 430 antes de Cristo. Según Dupont, la ciudad está por entonces en plena transformación económica y social: supera la agricultura de subsistencia, comienza un desarrollo en base a nuevas actividades, y comercia su producción en el ámbito del Mediterráneo; exporta vasijas y armas e importa trigo. La mayor urbanización junta artesanos, marineros y comerciantes, lo que rompe con el equilibrio social anterior de tipo arcaico, y también sobre la primacía de los conservadores. Más población, más actividad, más intercambios también son los que posibilitan más posibilidades de epidemias.

Guerreros hoplitas en combate.
Frente al poderío de Atenas, que lidera a las ciudades que le son afines en la Liga de Delos, se yergue la Liga del Peloponeso, conducida por Esparta. La guerra (-431 hasta -404) fue inevitable, y bastante bien está relatado por Tucídides y por Jenofonte como para abundar en estas líneas. Sepamos que Atenas dominaba los mares, y Esparta la tierra. En -430, la peste azota Atenas.

Pericles en la oración fúnebre por los caídos en la guerra del Peloponeso, según Philipp von Foltz en 1852.
Con el esquema de pensar que este tipo de males proviene de algún crimen impune cometido contra los Dioses, algunos identificaron el crimen-sacrilegio en la estrategia decidida por Pericles. Frente a Esparta, este decidió conducir la guerra en base a la guerra naval, donde era superior, al combate terrestre, donde ganaban los espartanos. Por eso decidió abandonar los campos a los espartanos y mandó refugiar la población rural en la ciudad de Atenas. Hubo refugiados hasta en las inmediaciones de la Acrópolis, e incluso en las puertas de un templo dedicado a Apolo, lo que sólo podía despertar el enojo del Dios, según los más tradicionalistas y conservadores. De hecho, parece que los propios atenienses llegaron a culpar a Pericles del advenimiento de la plaga.
De esta pandemia –que hoy parece haber sido tifus- algo nos dice Tucídides: “jamás se vio en parte alguna del mundo tan grande pestilencia, ni que tanta gente matase. Los médicos no acertaban el remedio, porque al principio desconocían la enfermedad, y muchos de ellos morían los primeros al visitar a los enfermos”.

Tucídides, militar, historiador, ateniense.
Aunque Tucídides no creía demasiado en esas cuestiones de celos de los Dioses. Esboza otras explicaciones:
“Comenzó esta epidemia (según dicen) primero en tierras de Etiopía, que están en lo alto de Egipto; y después descendió a Egipto y a Libia; se extendió largamente por las tierras y señoríos del rey de Persia; y de allí entró en la ciudad de Atenas, y comenzó en el Pireo, por lo cual los del Pireo sospecharon al principio que los peloponesios habían emponzoñado sus pozos, porque entonces no tenían fuentes. Poco después invadió la ciudad alta, y de allí se esparció por todas partes, muriendo muchos más.”
De hecho, él mismo se contagió: “hablo como quien lo sabe bien, pues yo mismo fui atacado de este mal, y vi los que lo tenían”. Y lo que vió no fue agradable. “Este mal afectaba a todas las partes del cuerpo; era más grande de lo que decirse puede, y más doloroso de lo que las fuerzas humanas podían sufrir” (…) “En esta calamidad y miseria estaban los atenienses dentro de la ciudad, y fuera de ella los enemigos lo metían todo a fuego y a sangre”.
Pericles murió de esa pandemia en -429.

La peste de Atenas, según Michael Sweerts en 1652.
“Lo que llamamos hoy una epidemia” afirma Florence Dupont, “y que durante siglos occidente llamó peste, golpea una comunidad en tanto tal, mientras la enfermedad sólo afecta al individuo, por más que pertenezca a una comunidad (…) de manera tal que el poder político queda siempre interpelado por la peste, o la epidemia, y se le exige que brinda una respuesta”.

Tenemos un buen ejemplo en la interpretación que hace Andrés Racket de la obra de Sófocles llamada “Edipo Rey” (Ver el sitio de Racket: “zepelín a xanadu”). No sólo encontramos los elementos constitutivos ya mencionados, como la ciudad, el crimen impune y la peste, sino que Racket elabora una interpretación contextualizada, pertinente, y preocupante. Veamos.

Edipo derrota a la Esfinge que tiraniza Tebas. En recompensa, será Rey. Dibujo de Jean Cocteau.
“El Edipo Rey de Sófocles se inicia con una referencia a la peste: el pueblo está reunido y le pide a su rey, Edipo, que busque una solución. Edipo es una autoridad que escucha a ese pueblo” Edipo hace lo necesario: consulta al oráculo. “Está preocupado y triste, se siente uno con su pueblo”.
Al llegar las noticias del oráculo, Edipo pide que sea público, y así es como debe hacerse justicia con el asesinato impune de Layo, el anterior Rey de Tebas, cuya viuda Yocasta es ahora la esposa de Edipo y la madre de sus hijos.

Lo que queda de la antigua Tebas.
“En esta escena inicial en la que queda planteado todo lo que a Edipo le sucederá después, pesa la distinción entre lo que, para nosotros, es lo público y lo privado. Tal vez si Edipo hubiera recibido las noticias de Creonte en privado hubieran podido ocultar esa situación, decir otra cosa al pueblo. El avance en la investigación resulta necesario una vez que el compromiso es público”. “Incluso cuando Yocasta le sugiere dejar la investigación a un lado, más adelante, el rey no la abandonará. Edipo no solo queda encerrado, como dice Vernant, en una brecha entre el saber y el no saber, sino también entre lo privado y lo público”.

Edipo, disfrazado de Jean Marais, se prepara para hablar al pueblo de Tebas.
Retengamos en este análisis la dimensión publico/privado y saber/no saber como elementos que estructuran y limitan la acción de Edipo. Y se viene la política.
“Esa peste con la que se inicia Edipo Rey es, también, una peste moral, o una peste moralizada”. “es posible que la peste tenga en la obra otros sentidos menos puntuales y más interesantes, más vinculados a las prácticas políticas y a las pugnas simbólicas atenienses”.
“Hasta ese final cumple con el compromiso público que asumió con su pueblo. Él se va, pero Tebas sobrevive, como si Edipo comprendiera, colocado ya en un lugar más allá de lo humano, que le corresponde asumirse como algo pequeño, diminuto, apenas un solo hombre, y retirarse humildemente para permitir la supervivencia de los otros, de la comunidad”.

Edipo y Antígona dejan Tebas, según Charles Jalabert, 1842.
“Si algo se puede decir de Edipo, es que es alguien responsable para con sus otros: cuando un oráculo le dijo que iba a matar a su padre y cometer incesto con su madre, se alejo de quienes creía sus familiares, para protegerlos. Cuando un oráculo le dice que para salvar al pueblo debe encontrar al asesino de Layo, lo hace, aunque el costo que debe pagar sea inconmensurable”.
De allí que Racket diga que “si la medicina tiene que administrar la circulación de las enfermedades en la comunidad, la justicia viene a organizar cuidadosamente la de la violencia. Los griegos tenían clara conciencia de que ambas eran inevitables; lo que queda a los hombres, en todo caso, es gobernarse con el objetivo de mantenerse saludables y permitir la supervivencia del cuerpo social”.
“Sería necio, por supuesto, afirmar que el destino no está allí, pero lo que trasciende a Edipo no es solamente el destino, sino también su pueblo, la comunidad a la que pertenece y a la cual quiere salvar y, de hecho, salva, incluso cuando se entera de que, sin intención, la había puesto en peligro él mismo.

Teatro Dionisio de Atenas, donde se estrenó Edipo-Rey. Pericles cumple, Atenea dignifica.
“Aún más: quizá Edipo se arranque los ojos no solamente porque se ve a sí mismo, sino porque ve también el daño que ocasionó a otros. Edipo es más una afirmación del compromiso inquebrantable para hacer justicia de una autoridad con su pueblo que una mera afirmación de lo humano. Frente a la circulación imparable del nósos, la enfermedad, la violencia, la irracionalidad, en el pueblo, sostiene el compromiso con la justicia, y administra responsablemente la violencia, en tanto el destino de la comunidad está por encima de su fortuna individual”.
“Leído así, Edipo Rey es una tragedia sobre el compromiso a ultranza para salvar al pueblo, sobre la entrega a esa responsabilidad con la comunidad entendida como algo que tiene, también, la fuerza del destino. Edipo elige siempre su deber hacia los otros. Sófocles piensa que la responsabilidad y la acción comprometida con la comunidad aún es posible, incluso cuando el sistema jurídico de Atenas esté, a nivel práctico y simbólico, destrozado.
Así, al decir de Florence Dupont, “si el hombre no inventó el tifus, la peste o el cólera, sí inventó la peste, es decir la noción de un flagelo colectivo que sólo una acción colectiva puede combatir”.
De este modo, la pandemia experimenta una metamorfosis que la convierte en la peste. Esto lo podemos observar cuando consideramos que a una enfermedad, que afecta a una persona, corresponde una técnica que puede ser resumida en el arte médico.
Así, las categorías culturales propias de la concepción hipocrática parecen ceder el paso ante la presencia de la peste, dice dupont. Ya no se trata solo de una infección individual que afecta al cuerpo privado, pero de una enfermedad del cuerpo individual en tanto que cuerpo social. Es una enfermedad colectiva, donde el poder político tiene que apelar al poder médico. Nacen las políticas de salud.

“Hipócrates salvando a los atenienses de la pese”, según un grabado de “Médicine Populaire” de 1880. La solución era quemar hierbas aromáticas en las calles… lo que es leyenda, quizás como Hipócrates mismo.
Así, en la construcción social de la peste, vemos que a los síntomas biológicos, al desarrollo de la enfermedad, a la progresión de sus efectos letales, corresponden diferentes reacciones, explicaciones y comportamientos donde se mezclan lo mítico, lo científico y lo social. Estas idas y vueltas entre el hecho biológico y el hecho social (entre naturaleza y cultura dirían en el siglo XVIII) son las que dan las características propias a la peste. Un acontecimiento distinto a la pandemia.
Las políticas de salud, la sanidad, ocurren cuando no se trata solo de una infección individual que afecta al cuerpo privado, pero de una enfermedad del cuerpo individual en tanto que cuerpo social.
Quedará como digresión que la medicalización que empezarán algunos que intentan tratar un problema de la sociedad, la peste, como una cuestión biológica individual. Eso permite reducir la enfermedad del cuerpo social a la enfermedad del cuerpo privado. Es lo que sucede cuando los dirigentes de la ciudad brindan una respuesta técnica a problemas sociales.

Al situar los males colectivos sólo en términos individuales, queda acallado el cuerpo político de los ciudadanos. Que es lo contrario de lo preconizado por Hesiodo, que también fue relatado por Homero, y actuado por Rómulo y por Edipo.
La peste, pues, es una enfermedad colectiva, donde el poder político tiene que apelar al saber médico (que también, a su modo, es un poder). Nacen las políticas de salud, nos dice Dupont.
Por cierto, la sanidad puede referir tanto a las políticas de salud, antes mencionadas, como a la salud mental de la persona, aún mítica, en esa lucha trágica entre dioses y hombres, como aquel que por la fuerza del destino o por voluntad política, se sacó los ojos para no ver lo que había provocado.

Edipo cegado, según Jean Cocteau, 1963