Eric Calcagno
La situacion en Ucrania, la política de Rusia y la temporada de Archiduques
Actualizado: 23 feb 2022
Las personas no cambian, decía Maquiavelo, lo que cambian son las
circunstancias. De allí la necesidad de conocer la historia, concluye Nicolás.
Como retozamos en el barro de la inmediatez, petrificados que estamos en
tecnologismo, los acontecimientos pasados son ignorados. No son top trendy.
Arriesgo esta reflexión sobre la situación en Ucrania, la no-invasión de Rusia, la
prevalencia de políticas equivocadas que pueden llevar a catástrofes de
magnitud mundial. ¿Temporada de Archiduques?
La situación no pintaba fácil para los conspiradores. El que tenía que actuar
primero no hizo nada, quizás por un miedo escénico provocado por el policía a
sus espaldas. La fila de autos continuó su camino rumbo a la intendencia. Otro
complotado emplazado en el camino de la comitiva oficial tampoco se movió.
A metros de allí, el tercer conspirador lanzó una especie de granada sobre el
coche, pero con tan mala puntería que el explosivo rebotó en la parte trasera y
alcanzó al segundo auto. Heridos, gritos, corridas. La voz corrió entre los
restantes complotados –pues había varios- que el atentado había fallado. Cada
cual a su casa.
Luego del acto municipal, el Archiduque Francisco Ferdinando de Austria
insistió en visitar a los heridos del bombazo, ya internados en el hospital. La
Condesa Sofía, esposa de Francisco Ferdinando, no quería saber nada. El
gobernador sugirió tomar la costanera Appel, al lado del rio Miljaka, ya que a
mayor velocidad, mayor seguridad.
Pero a la altura del puente Latino, en la esquina donde un señor Schiller vende
delicatessen, el chofer quiso doblar a la derecha, pero el gobernador lo corrigió.
Al intentar hacer marcha atrás para retomar la costanera, el motor se ahogó. La
pucha con los choferes.
Esto es lo que vio el estudiante Gavrilo Princip, uno de los complotados.
Aprovechó la ocasión. Le bastó hacer tres pasos para levantar el brazo,
apuntar como le enseñaron y disparar dos veces. La primera bala impactó en el
cuello del Archiduque, la segunda en el abdomen de Sofía, que intentó cubrir al
esposo. Dos coches atrás estaban Sofía (h), Maximiliano y Ernesto (entre diez
y catorce años), los hijos del Archiduque y de la Condesa, sin saber que son
los primeros huérfanos de la llamada Primera Guerra Mundial. Por cierto, el 28
de junio de 1914 fue un hermoso día soleado en Sarajevo, sin nubes y con
poco viento.
Un mes después, el Imperio Austro-Húngaro le declara la guerra al Reino de
Serbia, supuesto promotor del asesinato; en el mes que sigue el Imperio
,Alemán entra en guerra contra el Imperio Ruso, y declara la guerra a la
República Francesa; el Reino Unido entra en guerra para defender la
neutralidad belga violada por Alemania; Austria-Hungría declara la guerra a
Rusia; Serbia al Imperio Alemán; el Reino de Montenegro a Austria Hungría,
junto con Francia y el Reino Unido; Bélgica contra Austria-Hungría; Japón a
Alemania; Austria-Hungría a Japón; Rusia al Imperio Otomano, como también
lo hace Serbia; Francia y El Reino Unido contra los otomanos, ya en noviembre
del 14. Los vinos de Burdeos de esa cosecha fueron considerados
excepcionales, ricos, opulentos, con notas de savia (especialmente los dulces).
Aunque efímeros.
Ese conflicto generalizado aparece como el resultado de múltiples tratados
cruzados entre los diferentes países, alianza franco-rusa, entendimiento anglo-
francés –la famosa entente cordiale- acuerdo anglo-ruso sobre zonas de
influencia, para mencionar algunos de un lado, mientras del otro lado está la
triple alianza entre Alemania, Austria-Hungría e Italia. Italia será neutra al
comenzar la guerra, dejará ese lugar al Imperio Turco.
El problema de tal complejidad de alianzas es que los intereses generales y
regionales de cada potencia, los que originan esos acuerdos, pueden verse
comprometidos en asuntos más particulares, de naturaleza bilateral y local. Es
lo que sucedió con Austria-Hungría y Serbia: un asunto policial devino un
asunto de Estado, ya que los austríacos le querían dar una lección a los
serbios, qué tanto.
Un poco más tarde, en 1915, Italia entrará en guerra contra Austria-Hungría,
Alemania y Turquía –los imperios centrales- a favor de los aliados, con fuertes
promesas de compensaciones territoriales. En 1916, el candidato Woodrow
Wilson utilizó como eje de su campaña para conseguir la reelección
presidencial estar fuera de la guerra; el reelecto Presidente Woodrow Wilson
hará entrar en guerra a los Estados Unidos. Nunca es tarde cuando la dicha es
buena.
Es interesante analizar la entrada en guerra de Estados Unidos.
Alemania declaró la guerra submarina a ultranza en 1917 –tercer año de
guerra-, lo que significaba que cualquier barco podía ser hundido sin previo
aviso, por más neutro o civil que sea o parezca. El bloqueo de los aliados a las
potencias centrales provocaba desabastecimiento y hambruna; la respuesta
era pagarles con la misma moneda. O eso pensaron en Berlín.
El Canciller Bethmann-Hollweg advirtió al alto mando alemán que esa acción
significaba la entrada en guerra de Estados Unidos. Le contestaron que los
daños infligidos por la interrupción de suministros y víveres serían suficientes
para que el Reino Unido pida la paz antes que los Estados Unidos puedan
movilizarse a favor de los aliados.
Al mismo momento el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Alemania,
Arthur Zimmermann, no tuvo mejor idea que mandar un telegrama secreto a su
embajada en México. Allí proponía una alianza contra los Estados Unidos, en el
caso que estos entren en guerra: Alemania prometía ayuda financiera y la
devolución de parte del territorio mexicano perdido en 1846. Como el código
alemán ya había sido descifrado por los rusos antes de la guerra, los británicos
le sirvieron en bandeja esa información a Wilson.
Desde una perspectiva aristotélica, la entrada en guerra de los Estados Unidos
puede explicarse por la causa material, que es la guerra a ultranza que no
distingue civiles y militares, neutros o beligerantes; la causa formal es el
telegrama Zimmermann; la causa eficiente es el uso de submarinos para hundir
buques; la causa final es poner a los Estados Unidos en el rango de las
Grandes Potencias. Para eso sirve la dialéctica, que es el método de la lógica.
Gracias Aristóteles, esdrújulo estagirita.
Sigamos con Barbara Tuchman, que dedica varios párrafos a esta política
alemana en su libro “La Marcha de la Locura – de Troya a Vietnam” (publicado
en 1984), justo en su capítulo sobre “políticas contrarias al propio interés”. Allí
leemos que para calificar como locura una determinada política, esa acción
debe haber sido calificada como demencial en su propio tiempo, y no con
posterioridad, pues “nada es más injusto que juzgar a las personas del pasado
con los criterios del presente”.
Además, continúa Tuchman, es preciso que hayan existido alternativas viables
en el momento de la toma de decisiones. Por último, no debemos considerar
una acción individual, sino que el error debe corresponder al comportamiento
de un grupo dirigente.
Esas tres condiciones estaban reunidas en el alto mando alemán, cuya guerra
submarina a ultranza provocó la entrada en guerra de los Estados Unidos, lo
que precipitó la derrota de los Imperios Centrales.
De este modo, “la locura es independiente de épocas o lugares; es intemporal y
universal, aunque la forma que adopte depende en particular de los hábitos y
creencias de un determinado tiempo y espacio. Surge en cualquier tipo de
régimen: la monarquía, la oligarquía y la democracia la producen por igual.
Tampoco es particular a una nación o una clase”.
Quizás estas reflexiones puedan servir para esbozar un análisis de la actual
crisis en Ucrania.
A tal efecto, debemos remontarnos a la caída de la Unión Soviética, un
acontecimiento tan calamitoso para la época como en otros tiempos fue la
caída del Imperio Romano, con el que tenían tantos parecidos, y no siempre de
los buenos.
El asunto es que con la disgregación del bloque soviético en Europa, también
desaparecía el Pacto de Varsovia, creado en 1955 para responder a la
creación de la OTAN en 1949 (con un poco más de precisión, la causa efectiva
del Pacto fue el rearme de la República Federal de Alemania).
En los momentos de la caída del muro de Berlín, ante la inminencia de la
reunificación alemana, los líderes del llamado “mundo libre” necesitaban aún el
visto bueno de la agonizante Unión Soviética. El trato fue que nada impediría la
reunificación germana, nada se haría en contra de la disolución del llamado
bloque socialista, pero a cambio los países occidentales no deberían incluir en
su sistema de alianzas militares a los países de la futura e inminente ex-zona
de influencia de la URSS.
Según Luis Segura, periodista especializado en temas de defensa del portal
RT, Gorbatchov, último gobernante de la URSS, y Shevernadze, su ministro de
relaciones exteriores, recibieron garantías por parte de “George H.W. Bush, y
su secretario de Estado, James Baker; el presidente de la República Federal de
Alemania, Helmut Kohl, y su ministro de asuntos exteriores, Hans-Dietrich
Genscher; la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, el primer ministro del Reino
Unido, John Major, y el ministro de Asuntos Exteriores británico, Douglas
Hurd; el presidente de la República Francesa, François Mitterrand; el secretario
general de la OTAN, Manfred Woerner; o y el director de la CIA, Robert
Gates”.
Era previsible que Alemania del Este entre en la OTAN al momento de la
reunificación. Pero en 1999 adhirieron la República Checa, Hungría y Polonia;
en 2004 fue el turno de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania,
Eslovaquia y Eslovenia; en 2009 Albania y Croacia, y en 2017 Montenegro, que
era parte de Yugoslavia, ese país destruido por la OTAN en 1990. Hasta en el
propio Departamento de Defensa hubo voces que señalaban tal insensatez.
Ya la inclusión de Estonia, Letonia y Lituania, que pertenecieron al Imperio
Ruso desde el siglo XVIII, viola de pleno la palabra dada por “occidente” al
incluir en la Unión Europea y en la OTAN tres ex repúblicas socialistas
soviéticas, cuya única historia independiente anterior de esos mini-estados
cabe en las dos décadas que van de 1919 a 1939.
Digamos también que no faltan alianzas cruzadas: Organización para la
Seguridad y la Cooperación en Europa, OTAN, UE, Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva, CEI y tratados bilaterales. ¿Suena conocido?
Ahora, sobre la base del golpe de Estado de febrero de 2014 que derrocó al
presidente electo Yanukovich, en una Ucrania dividida al oeste por pro-
occidentales, con presencia de elementos de extrema derecha, y al este por
mayorías pro-rusas, las regiones de Donetz y Lugask, con milicias territoriales
que piden la inclusión en Rusia, con la recuperación de Crimea por parte de la
Federación Rusa, nos encontramos en un contexto signado por la
balckanización, lo que no es una buena noticia, ya que Sarajevo queda en los
Balcanes.
Las cosas han cambiando: ya no existe el Pacto de Varsovia, no existe la
Unión Soviética y el socialismo realmente existente ha caído en Europa. ¿Para
qué insistir en la expansión de la OTAN hacia el este? ¿No era eso ganar la
“guerra fría”?
Pero qué hacer con la cantidad de conocimiento acumulado, así como la
cantidad de armamento producido: tantos prejuicios merecen tener un sentido.
Aunque ha habido cambios significativos, sería bueno que a la hora de tomar
decisiones los occidentales tengan presente lo que no ha cambiado. Eso que
es llamado cultura política.
No es necesario leer las obras completas de Pouchkine, Tolstoi, Dostoievski,
Pasternak o Grossman (aunque sí es provechoso) para entender que la
invasión del territorio es algo que los rusos no aceptan, ya sea en la época de
los zares, durante el comunismo, o desde el establecimiento de la Federación
Rusa. Charles de Gaulle, un líder culto, siempre decía que el comunismo podía
durar o pasar, pero que siempre estaría Rusia. Y los rusos.
Entre los héroes siempre venerados está Alejandro Nevski, que derrotó a los
cabelleros caballeros teutónicos; Pedro el Grande que venció a Carlos XII de
Suecia; Koutusov, que destruyó al Gran Ejercito de Napoleón; la derrota de las
intervenciones extranjeras contra la Revolución de Octubre a manos de un
ejército rojo recién creado… Lo que los occidentales llaman la Segunda Guerra
Mundial es para los rusos la Gran Guerra Patriótica, donde dejaron veinte
millones de muertos entre 1941 y 1945… Y en efecto, como podemos notar,
todas esas guerras fueron… defensivas.
Así, contar con un espacio más o menos neutro, más bien poco militarizado,
incluso independiente, pero que asegure las fronteras de la Federación Rusa
es un imperativo categórico para el conjunto del pueblo ruso y para cualquiera
de sus gobernantes. No encontramos del lado ruso ninguna semejanza con las
insensateces cometidas por el alto mando alemán durante la primera guerra
mundial.
Por el contrario, al leer el New York Times, el Washington Post o recorrer el
website del venerable y respetado Council on Foreign Relations (CFR) nos
encontramos con un relato belicista permanente. Bloomberg anunció la entrada
en guerra de Rusia contra Ucrania… pero era falso. Hasta marcan la cantidad
de soldados rusos que entrarán en Ucrania, tanto sus objetivos como su
armamento. Parecen mejor informados que el Kremlin mismo. La demonización
de Putin es suficiente como para elaborar una enciclopedia de fake-news.
Esto es en extremo complejo, dado que toda teoría encierra una práctica. Si un
decisor occidental trata de reducir la realidad a las categorías propias,
derivadas del relato dominante, es probable que quede regido por sus deseos,
sus temores o sus necesidades inmediatas.
Es el caso del hasta ahora Primer Ministro inglés, cascoteado en el Parlamento
británico hasta por los propios. Es el caso de Joe Biden, que cuenta con una
notable baja de popularidad en año y algo de mandato, que hasta los
progresistas califican como decepcionante.
En esta crisis encontramos las características de la insensatez mencionadas
por Barbara Tuchman. El primer punto habla de la existencia de opiniones
diferentes a las dominantes: sobran voces en los Estados Unidos para
denunciar la inutilidad de una marcha a la guerra con Rusia, y por su parte el
Presidente francés Emanuel Macron busca desescalar un conflicto que será
desastroso para Europa, en particular en el ámbito energético.
En segundo lugar, existen alternativas viables a la mera agresión, que van
desde la negociación en Naciones Unidas hasta la Organización para la
Seguridad y Cooperación en Europa, que reagrupa 57 países.
El tercer punto define que la insensatez no debe ser un caso individual, sino
colectivo. Esto está demostrado por la casi unanimidad de los establishments
norteamericano y británico, de su prensa dominante, del envío de armas a
Ucrania, en un belicismo digno de mejores causas pasadas.
En ese contexto pareciera que las causas materiales de la agresión a Rusia
son por un lado la necesidad de “occidente” en recobrar un poco del prestigio
perdido en las diferentes retiradas de oriente, que no fueron precisamente
victorias (Irak, AfganistanAfganistán, Siria), así como sostener el complejo
militar-industrial y el saber anticomunista acumulado durante décadas, por otro
lado. Que la realidad haya cambiando no hace nada a las premisas teóricas,
por más que atrasen.
Una posible causa formal consiste en abroquelar el frente interno por parte de
algunos gobiernos occidentales que son incapaces de resolver sus propios
problemas en casa.
La causa eficiente consiste en considerar que las maniobras rusas, aunque
realizadas en territorio propio o en de algún país aliado, amenaza al régimen de
Kiev, que deviene un baluarte de la soberanía y de la libertad (me remito al
CFR) frente al oso ruso. O alegar los conflictos locales en la región del
Donbass.
La causa final es mostrar quién manda en el mundo. Nada de multilateralismo,
hay que demostrar a Rusia, y sobre todo a China, quien detenta el poder
mundial. Esto es preocupante, ya que los conflictos suelen crear o solidificar los
frentes internos, aunque si bien uno sabe cómo entrar en guerra, es difícil
saber cómo saldrá de ella. Basta preguntarle al Káiser Guillermo, al Zar Nicolás
II, a Carlos I de Austria cómo estaban en 1919…
Nedeljko Cabrinovic –el que lanzó la granada- fue el único de los complotados
que expresó su arrepentimiento de manera pública durante el juicio por el
atentado de Sarajevo, además de pedir perdón a los hijos del Archiduque
Francisco Ferdinando y de la Condesa Sofía. Al conocer esa noticia, Sofía (h) y
Maximiliano –no así Ernst- le escribieron una carta personal a Cabrinovic
donde lo perdonaban por la muerte de sus padres. Su conciencia puede estar
en paz, le dijeron.
¡Extraño destino el de esos niños! Su padre era el heredero del Imperio Austro-
Húngaro, pero ellos estaban descartados de la sucesión, ya que la Condesa
Sofía era checa y no una hausburgo. Pero así parece que son los matrimonios
por amor. Al caer el Imperio Austro-Húngaro, perdieron propiedades e ingresos,
en especial en Checoslovaquia, aunque les quedaron varias propiedades, en
especial el castillo de Artstetten, en Austria.
Ferviente antifascista, Maximiliano militó contra la anexión de Austria al Tercer
Reich. Nobleza obliga. Consumado el anschluss en 1938, las propiedades
fueron confiscadas por los nazis, que mandaron a Maximiliano y a Ernst al
campo de concentración de Dachau, donde debían limpiar las letrinas, para
gran regocijo de Goering, dicen, feliz de meter a Príncipes en la mierda. Al
cabo de un tiempo fueron liberados.
En 1945 Maximiliano volvió a Artstetten, donde los soviéticos le permitieron
presentarse como candidato a Intendente, cargo que ejerció por dos mandatos.
También sus padres descansan allí, asesinados por causa de un conflicto local
que, por la marcha de la locura de los dirigentes, llegó a ser una guerra
mundial. No abramos otra temporada de Archiduques.