El primer ministro israelí está en un laberinto de una sola línea recta, como imaginó Borges en su cuento de 1942.
«La muerte y la brújula” es un cuento de Jorge Luis Borges escrito en 1942. Allí vemos cómo en una trama de asesinatos que ostentan simetría, tiempo y cálculo llevan al desenlace. En la ficción borgeana, uno de los personajes evoca un laberinto de una sola “línea recta y que es indivisible, incesante”. Quizás sea una metáfora para describir las acciones de Benjamín Netanyahu, que no la tiene fácil en los tribunales. Para empezar, desde 2020 y en el propio Israel, el primer ministro está acusado de fraude, soborno y abuso de confianza. En julio de 2023, el gobierno israelí trató de imponer una reforma judicial hecha a medida para asegurar la impunidad del poder ejecutivo, lo que provocó una indignación generalizada que tiró abajo ese proyecto. El proceso contra “Bibi” (que así le dicen a Netanyahu) continúa.
Así, el ataque de Hamas del 7 de octubre pasado resultó el momento perfecto para relanzar la guerra. Después de todo, nadie discute liderazgos durante los conflictos, y la libertad ambulatoria de Bibi se confunde con “el derecho a la existencia de Israel”. La invasión de Gaza ha superado cualquier proporcionalidad, incluso en términos militares, sobretodo en resultados políticos. A la fecha, la estimación de muertos asciende a 1500 israelíes (fuentes oficiales de Israel) y 41000 palestinos (fuente Hamas). En julio pasado, la revista médica británica The Lancet, que proclama absoluta neutralidad, estima que habida cuenta de las destrucción de infraestructuras en la Franja de Gaza, así como la comparación con otros conflictos similares, una estimación conservadora supone cuatro muertes no registradas por cada fallecimiento constatado, lo que lleva la cuenta a 186.000 gazatíes muertos, es decir el 7-8% de la población total: “habrá todavía más muertes indirectas en los meses y años que vienen”. Hablan de epidemias y enfermedades, provocadas “por la destrucción del sistema de salud, severa escasez de alimentos, agua y refugio, la imposibilidad para la población de huir a lugares seguros”.
Para Francesca Albanese, relatora especial de las Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos en territorios palestinos, la acción de Israel en Gaza está caracterizada por el «asesinato de miembros de un grupo», «daños graves físicos o mentales a miembros de un grupo», «provocar en un grupo deliberadamente condiciones calculadas para su destrucción física parcial o completa», lo que constituye el delito de genocidio, acorde con la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948. No es todo. También la Corte Penal Internacional –que juzga personas y no Estados– solicitó órdenes de captura contra Netanyahu y el general Gallant, por crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad –como usar el hambre como arma de guerra– así como contra todos los líderes de Hamas. Hace pocos días la Asamblea General de las Naciones Unidas votó una resolución para que Israel “abandone de inmediato los territorios palestinos que ocupa de manera ilegal”, con 124 votos afirmativos, 43 abstenciones y 14 negativos, entre los cuales la Argentina de Milei.
En este contexto, la explosión a distancia de pagers y de walkie-talkies del martes causó decenas de muertos y miles de heridos en el Líbano. Los estilos de guerra son como los modos de producción del capitalismo, no se suplantan, sino que se adicionan. La periodista Belén Fernández señala en Al-Jazeera que un ataque de masivo generalizado es una forma de terrorismo que figura en el manual de guerra israelí. “La violencia indiscriminada es la táctica favorita de Israel, ya sea en Gaza, en el Líbano o en cualquier parte”. Asistimos a una escalada del conflicto: parece cuestión de tiempo que la guerra llegue al Líbano, cuyas previsibles consecuencias sean la extensión del conflicto en intensidad y extensión.
Para Jacques Attali (que se define como sionista y propalestino), “la historia nos enseña que una sociedad basada sobre la fuerza y la explotación de sus vecinos está condenada a desaparecer”. Harari, un escritor israelí, señala que «es Netanyahu el que adoptó la desastrosa agenda que nos trajo hasta aquí, adoptó la política de venganza y suicidio estilo Sansón, por lo que es vital establecer un nuevo gobierno, uno que se guíe por una brújula moral diferente, que ponga fin a la crisis humanitaria en Gaza y comience a reconstruir nuestra posición internacional». El ataque digital no reemplaza la política: cuesta pensar que pueda existir Israel sin Palestina.