Eric Calcagno
Occidente, entre Ukase y Knut
No, ni ukase ni knut son nombres de personas.
Según el diccionario de la Real Academia, la primera acepción de ukase es un
“edicto del zar de la antigua Rusia”, también puede ser una “decisión arbitraria
sin apelación”. Para la Enciclopedia Britannica, el uso del knut como látigo
“consistía en una serie de correas secas y endurecidas de cuero crudo
entrelazadas con alambre, los cables a menudo enganchados y afilados para
que rasgaran la carne”. Estaba destinado al castigo de los presos comunes o
de los detenidos políticos.
Hoy en la Federación Rusa no existen ukases, sino decretos presidenciales,
que no pueden ir en contra de las leyes vigentes, y que pueden ser
reemplazados por el Parlamento. En cuanto al knut, hace tiempo que quedó
relegado como castigo, vestigio de la época zarista y del tiempo de los siervos.
Sin embargo, los acontecimientos en Europa vuelven a poner de moda el
ukase y el knut, no ya por algún verdugo eslavo del siglo XVIII, sino por
occidente, a quien le sobra pluma para el ukase y no le tiemblan las manos
para el knut. Veamos.
La censura generalizada hacia los medios rusos, sin mediar ninguna instancia
judicial, por el sólo “hecho del príncipe”, configura un caso de ukase en el
sentido de “decisión arbitraria”. Tanto más absurda que en RT y Sputnik
también comunican las posiciones de los líderes del llamado “mundo libre”,
incluso del actual gobierno ucraniano, así como cubren las manifestaciones
contra la guerra que tuvieron lugar en Rusia.
Peor aún, occidente extiende este ukase a los periodistas de sus propios
países, si afirman que hay guerra en Donbass desde hace ocho años, o si osan
contradecir la versión oficial, es decir de la OTAN. El ABC de España suprimió
un artículo publicado en 2016 sobre las atrocidades cometidas por los
ucranianos en Lugansk; el Figaro de Francia censura un reportaje que habla de
los bombardeos en las nuevas repúblicas en el este de Ucrania. Una lástima,
ya que el decano de la prensa francesa ostenta como lema la frase de
Beaumarchais, esa que dice que “sin la libertad de opinión, no hay elogio
valedero”.
Ukase, también, con sanciones contra los legisladores rusos, que abarca toda
la Duma. Me pregunto qué diría Montesquieu, para quien ejecutivo, legislativo y
judicial debían estar separados, qué dirán los teóricos de la división de
poderes, de momento que asistimos a las sanciones que un poder ejecutivo
extranjero impone sobre el poder legislativo… ¡de otro país! Las sanciones
hacia determinadas personas buscan apenas el rédito mediático, pero
demuestran que occidente confunde la política internacional con un contrato
entre privados.
Ukase para los deportistas y para los artistas rusos, que deben denunciar a su
país si desean competir; a los atletas con capacidades diferentes, impedidos de
participar en los juegos para-olímpicos por ser rusos: una nueva cima en la
doble discriminación. Ukase que borra a Tchaikovski de la música, a
Dostoievski de la escritura, a Tarkovski del cine. Un crimen genera su propio
castigo.
Pero vivimos en un mundo digital, o eso dicen. Así que las grandes compañías
que regentean internet también lanzan un ukase privado: todo usuario con
pensamiento crítico hacia el relato occidental será etiquetado como afiliado a
alguna agencia gubernamental rusa.
Los mensajes de odio son permitidos siempre que sean contra los rusos. Viejos
memes y nuevos fakes valen para demostrar la barbarie eslava. Google,
Amazon, Facebook, Apple, Microsoft tienen el comportamiento que tenían los
terratenientes rusos hacia sus siervos en el siglo XIX.
Esto nos lleva al knut. Que es infligir dolor.
Occidente provee armas, tecnología e inteligencia al actual gobierno de
Ucrania. Es decir todo, salvo “botas en el barro”, es decir soldados de la OTAN.
Eso no es considerado un causal de guerra porque parece que todavía hay
cierto dejo dieciochesco en las relaciones internacionales por los pasillos del
Kremlin. Por suerte.
El llamado a mercenarios –que el “mundo libre” designa como contratistas-
financiados por fondos occidentales no es nuevo. Es novedoso el hecho que
trasladen terroristas islámicos de Siria a Ucrania, o que sostengan batallones
de supremacistas blancos (Azov, Pravy Sector, entre tantos), que es como se
llaman los neonazis ahora.
Aunque el bloqueo hacia Rusia no es nuevo, ya que Clemenceau hablaba de
establecer un “cordón sanitario” para cercar a la Revolución Rusa ya desde
1917, asistimos a una carrera irracional que pretende ignorar tanto historia
como geografía. Chapeau!
En efecto, no sólo está prohibido el comercio de occidente con Rusia, sino que
está vedado el comercio de terceras empresas. También la India y China
deben dejar de intercambiar con Rusia, so pena de sufrir represalias.
El problema con los bloqueos es que a menos que se trate de ciudades que es
posible sitiar, como en el Medioevo, para rendir la guarnición por hambre y sed,
intentar lo mismo con el país más extenso del planeta parece algo que hasta a
la OTAN le puede ser difícil.
Además, el daño de los bloqueos en general no hace mella sobre las acciones
concretas, pero castiga poblaciones enteras; esto está prohibido de manera
expresa por el artículo 33 de la Convención de Ginebra de 1949, habida cuenta
que configura un “castigo colectivo”.
Para concluir, digamos que occidente ejerce una gran cobardía, que es una de
las formas más características y comunes de la incomprensión de la realidad.
En efecto, impone sanciones y bloqueos, pero es dependiente de las
provisiones de gas de Rusia, para cocina, calefacción, industria. La producción
de petróleo rusa no es menor: el barril sube, tanto por la guerra como por la
especulación. Las materias primas subirán en todos los países que no
desacoplen sus precios internos de los precios internacionales.
Vemos que el “mundo libre” está dispuesto a pelear hasta el último ciudadano,
sea ucraniano o ruso, sea del propio país o de naciones aliadas o neutras.
Tengamos pues cuidado con los gigantes con cabeza de barro, que sólo saben
usar el ukase y el knut.