Un territorio que Caracas reclama desde el siglo XIX y que contiene enormes riquezas en el centro de la discusión.
La Guayana Esequiba, más conocida como Esequibo, está en el este de Venezuela, tiene 160.000 km2 y las características de una vegetación tropical. También tiene otros rasgos, marcados por la historia de las independencias y de los imperios. Al principio fueron las guerras contra el poder español. En 1811 Francisco de Miranda comienza en Caracas lo que Simón Bolívar culminaría en los campos de batalla. La independencia venezolana, como la Argentina, apela al uti posseditis iuris. Es un concepto del derecho romano que especifica “’Como poseéis de acuerdo al derecho, así poseeréis”, al menos si le creemos al Diccionario de la RAE. Este principio, Al que Bolívar adhiere, es utilizado en la jurisprudencia internacional que “reconoce y acepta como fronteras internacionales, en la fecha de la sucesión colonial, tanto las antiguas delimitaciones administrativas establecidas dentro de un mismo imperio colonial como las fronteras ya fijadas entre colonias pertenecientes a dos imperios coloniales distintos”. Como esas tierras pertenecían a la Capitanía General de Venezuela pasan a ser parte de la Venezuela soberana hasta el río Esequibo. Es lo mismo que decimos con Malvinas.
Por supuesto, hubo oposición. En particular del Reino Unido y de los Países Bajos, que ya cundían en la región desde hace tiempo. Primero colonia holandesa, la llamada Guayana británica nacería de los tratados de paz posteriores a la caída de Napoleón. Para delimitar las fronteras con Venezuela, los británicos comisionaron al explorador Robert Schomburgk para establecer los límites orientales de la colonia. Este empujó la frontera hasta el mismo Orinoco, en la tradición inglesa de no dejar nunca un país soberano controlar ambas márgenes de un gran río (allí caben Uruguay y Bélgica, por ejemplo). Venezuela no aceptó ese acto de piratería, y reclamó un arbitraje. El “Laudo de París” de 1899 dejaría en manos venezolanas la desembocadura del Orinoco, pero muy poco más. En efecto, ese tribunal consistía en dos británicos, un ruso y dos jueces norteamericanos… !Que debían defender los intereses de Venezuela! País que no tomó parte en las decisiones de aquel panel, como se diría hoy en jerga del CIADI. Los venezolanos jamás reconocieron ese despojo disfrazado de sentencia, y comenzaron acciones diplomáticas que desembocaron en la denuncia formal realizada ente las Naciones Unidas en 1962, que declaraba “nulo e irrito” el Laudo, así como el Acuerdo de Ginebra de 1966 que debía juntar las partes para avanzar en el diálogo.
Estas reivindicaciones culminan con el referéndum consultativo realizado en la Venezuela Bolivariana en 2023. La mitad del cuerpo electoral reafirmó la soberanía nacional sobre la Guayana Esequiba con más del 90% de aprobación. La oposición no participó de los comicios ni reconoció los porcentajes: adujo que sólo existió un 10% de participación. Veremos si hoy domingo a la noche continúan con esa aritmética creativa. Por supuesto, el Commenwealth rechazó los resultados, así como la Organización de Estados Americanos. Estados Unidos reafirmó los límites fijados en 1899, mientras la prensa europea condena la acción venezolana, “sin duda en connivencia con Vladimir Putin”.
Quizás tales opiniones tengan que ver con que en 2015 descubrieron yacimientos petrolíferos en el mar correspondiente a la Guayana Esequiba (Exxon Oil ya tiene concesiones atribuidas por Guayana), así como importantes reservas de hierro, diamante, cobre, oro, aluminio y bauxita. Por eso el resultado de las elecciones presidenciales venezolanas no será sólo acerca de nombres, sino que también tendrá que ver con la soberanía territorial y con la propiedad o entrega de los recursos naturales. Es vano pedirle al actual régimen argentino que apoye a quien sostiene nuestro reclamo en Malvinas, cuando incluso nos proveyeron ayuda militar en 1982, sin importar que Venezuela fuera una democracia y la Argentina una dictadura. Por el contrario, como Menem con Perú, Milei espera la orden para traicionar. Una característica, según el Dante, de quienes habitan el noveno girón del Infierno.