León XIV y las preguntas
- En Tiempo Argentino
- hace 5 días
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Un recordatorio de un diálogo íntimo y muy ilustrativo de Arturo Enrique Sampay con el papa Pío XII.

-Bueno, ahora, la pregunta.
Arturo Enrique Sampay había sido el reciente miembro informante por la mayoría en la reforma Constitucional de 1949, si, pues hubo un tiempo cuando el peronismo era mayoría y reformaba constituciones a favor del bien común (“lo viejo funciona”, diría Favalli). Había sido un trabajo complejo, hasta agotador, por lo cual el presidente Perón le había otorgado unas justas vacaciones aunque con un destino, que era Europa, y con una misión, saber cómo estaba la situación de la posguerra en el viejo continente. Por eso Sampay dialogó con numerosas personalices políticas, como el General Charles de Gaulle, entonces en exilio político en Colombey. Por supuesto, siendo Sampay un hombre de la Iglesia, el viaje culmina en el Vaticano. Era el tiempo del pontificado de Pío XII. Luego de muchas entrevistas y reuniones, el Cardenal Montini, por entonces uno de los pilares de la Secretaría de Estado del Vaticano, lo invitó a cenar antes del regreso de Sampay a la Argentina. Eso sí, Montini le dijo que luego de la cena, al momento del café, Sampay le podría hacer una pregunta –una sola–, y el cardenal respondería con la posición real de la Iglesia Católica, sin esquivar nada y dejando todo al descubierto. Podemos imaginar la mente de Sampay el día antes, en el pensamiento acerca de qué preguntar, cómo, qué respuesta esperar, quizás. El asunto es que Sampay y Montini cenaron juntos. En el momento del café, el Cardinal preguntó:
–Bueno, ahora, la pregunta.
Entonces Sampay le preguntó a Montini qué haría la Iglesia en caso de un triunfo del comunismo a nivel mundial. Eran tiempos de la Guerra Fría, y la confrontación entre los Estados Unidos y la Unión Soviética marcan al paso de las relaciones internacionales.
¿Qué pasaría en caso de victoria comunista?
Sampay cuenta que Montini dejó sobre la mesa el café que degustaba, y con unos movimientos de la mano, como quien quisiera espantar moscas de algún alimento, en un movimiento de la palma cardenalicia que iba de izquierda a derecha (o la inversa) le contestó:
–Nada, nada, nada. Como frente a cualquier herejía triunfante, la Iglesia bendecirá lo que hay de verdad en ella, y el resto desparecerá, como desaparece la resaca de la playa cuando se la lleva la marea.
Sirva la anécdota –que en griego quiere decir pequeña historia– para comprender que la temporalidad de la Iglesia Católica maneja otra temporalidad, que otros actores políticos no tienen, no comprenden o no pueden. Es que el poder, en la Iglesia, es cosa de profesionales. Ningún cardenal llega ahí por casualidad, y la capacidad histórica de incorporar heterodoxos, como San Francisco de Asís, de desmentirlos, como Galileo Galilei, o de quemarlos, como Giordano Bruno, depende de las prioridades asignadas en un determinado momento. Es decir, aquello que es necesario defender ad majorem gloria dei prima por sobre toda otra consideración.
Es que la fe es una cosa, la política es otra cosa y la gestión política de la fe es una tercera dimensión. Cuando Jesús dice “dad al Cesar lo que es del Cesar”, chicaneado que fue sobre la pertenencia de la moneda marcada por Roma, no es contradictorio con la multiplicación de los panes y de los peces. “Mi reino no es de este mundo” también es una declaración de principios. Y sin embargo, convierte pescadores en predicadores. Desde entonces, la Iglesia como organización conoció cismas –divisiones internas– antipapas, ganó y perdió territorios, superó guerras, pestes y saqueos, tuvo órdenes mendicantes y también manejaba bancos. En el medioevo el Papa era el rival del emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico en la disputa por el más terrenal de los poderes. Hubo sacerdotes que bendijeron el genocidio cometido durante la llamada “Conquista de América” y otros que lo denunciaron desde el principio. En 1564 la Iglesia establece el “Index”, o un catálogo de libros prohibidos que ningún católico debía leer, aunque también otorgaba dispensas. Valga esta enumeración para constatar la dureza o la flexibilidad con la que la Iglesia actúa a través de los siglos. No hay muchos ejemplos de Estados tan longevos, con la excepción de China, cuyo manejo del tiempo también es distinto. ¿Qué continuidades y rupturas abordará el papado de León XIV? ¿Qué será considerado esencial y qué accesorio en la política vaticana? Quizás una buena pregunta para hacerle al nuevo Papa, después de una cena, en el momento del café. Por cierto, el “Index” fue derogado en 1966 por el Papa Paulo VI, antes conocido como el cardenal Montini.