Tragedia y presente de la izquierda estadounidense
- En Tektònicos
- 25 ago
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Nombres nuevos de la rebeldía en EE.UU., el país más violento contra quien reta al sistema.

Por ser una de las naciones más avanzadas en la industrialización, también fue en Estados Unidos donde aparecieron con claridad los conflictos entre capital y trabajo propios de la época. En efecto, desde el final de la Guerra Civil de mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial comenzaron a surgir las primeras huelgas, en especial de ferroviarios, espontáneas y casi sin organización. Con el correr del tiempo las protestas obreras ganaron organicidad y amplitud, e incluso en algunos casos ciertos sindicatos aceptaban mujeres, afroamericanos e inmigrantes, en una perspectiva de clase, como el Industrial Workers of the World (IWW), cuya historia merece ser contada y conocida.
Al compás de las reivindicaciones llegó la represión. No sólo se trató de que los grandes capitalistas como Carnegie o Rockefeller contrataran carneros para suplir a los huelguistas, sino que además contrataban matones para agredir a los trabajadores y las familias. La agencia de detectives Pinkerton era especialista en el asunto. Tampoco faltaba la policía o la tropa para reducir a los revoltosos cuando lo juzgaban necesario. Escenas de la Apalachia Rebelde. Pero también había huelgas cada vez mejor organizadas por todo el país. Es el tiempo de asesinatos y masacres. Desde 1886, cuando ejecutaron a los “mártires de Chicago”, lo que demostró el respaldo de la administración de justicia a la patronal, hasta Ludlow en 1914, cuando el ejército ametralló un campamento huelguista, estaba claro que la represión social sería una cuestión de Estado.
El hachazo siguiente contra el movimiento obrero fue el “Red Scare” (miedo rojo), como consecuencia de la Revolución Rusa de 1917. Cualquier manifestación o paro de actividades será entonces un intento de establecer los soviets en Estados Unidos, por lo que debían ser detenidos a cualquier costo. Es la época del fiscal general Mitchell Palmer, que propició redadas, violencias, torturas, arrestos ilegales y expulsiones abusivas para liquidar lo que de reivindaciones hubiera. En 1927 fueron ejecutados los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti luego de una parodia de juicio. Desde 1924, J. Edgar Hoover era el director de lo que al final será el Federal Bureau of Investigation —sí, el FBI—, que no sólo persigue malhechores, sino que es la policía política de los Estados Unidos.
El segundo “red scare” viene cuando arrecia la Guerra Fría a partir de 1945. El poder ejecutivo realizó una purga de funcionarios sospechosos, así como el poder legislativo, que estableció la comisión de actividades antinorteamericanas. De este modo surgieron las “listas negras”, en especial en la producción cinematográfica, que despejaron toda amenaza “roja” sobre el imaginario estadounidense. El sindicalismo oficial no la fue en zaga: se depuró a los dirigentes demasiado reivindicativos. Dicen que esta persecución duró desde 1947 hasta 1957, lo que es arbitrario, como toda cronología, aunque tuvo el efecto de neutralizar cualquier pensamiento o acción “de izquierda” de manera duradera. Los esposos Rosemberg fueron ejecutados, acusados de espiar para Moscú. ¿Zurdos? ¡Afuera!
Recién en 1971, tiempos de Nixon, surgió que la represión contra la izquierda estaba institucionalizada desde 1956 gracias al programa secreto COINTELPRO (Counter Intelligence Program, programa de contrainteligencia) establecido por el FBI. El objetivo era infiltrar y neutralizar cualquier grupo considerado peligroso para la “seguridad nacional”, desde los movimientos por los derechos civiles de los afroamericanos (asesinatos de Martin Luther King y Malcolm X, por ejemplo), las Panteras Negras, los pueblos originarios, los estudiantes contra la guerra de Vietnam, hasta lo que podía surgir por la izquierda. Esta etapa institucionaliza la represión interna como política de Estado, ya sea por medios legales o ilegales, aunque siempre efectivos. Por supuesto, el COINTELPRO fue desarticulado, para que otras áreas pudiesen hacer lo mismo sin intromisiones molestas. Es que siempre hay alguien a quien espiar. Y para una dirigencia política insegura como era la de Estados Unidos a la vera de la derrota en Vietnam, nada es más valioso que los secretos ajenos cuando faltan las convicciones propias. Hoy, esa represión es asumida por el DHS, el Departamento de Homeland Security, cuyas funciones incluyen la vigilancia política interna. A través de la Oficina de Inteligencia y Análisis, los Fusion Centers y operaciones sobre el terreno, DHS ha espiado movimientos como Occupy Wall Street y Black Lives Matter. Diversos informes de organismos de derechos humanos denuncian abusos, falta de supervisión y criminalización de la protesta social. Qué coincidencia.
En los ochenta pareció reverdecer un proyecto conservador, sintetizado en el “America is Back”. Sin embargo, y desde entonces, “en lo económico han generado una economía de especulación cuya solución demandará una reducción en el consumo interno y una mayor marginación socioeconómica y política de gran parte de la población”, escribe Pablo Pozzi, quizás el mejor especialista en Estados Unidos que hay en Argentina. “Al mismo tiempo”, continúa, “han generado una depresión económica que puede durar décadas, con inestabilidad, pauperización, polarización y concentración económica”. Por eso “Estados Unidos vive un período de transición entre una estructura social de acumulación que permitía la existencia de un capitalismo reformista en lo interno, hacia otra que tiene cada vez mayores características restrictivas”. Lo grave es que “el sector social dominante en esta nueva estructura será una burguesía financiera que adquiere cada vez más características oligárquicas. El resultado social de esto es el aumento en la marginación social para las masas trabajadoras y un desarrollo desembozado en el carácter represivo del estado capitalista”. El gatillo fácil provee ahora las víctimas propiciatorias en el marco de una sociedad cada vez más (des)regulada por la violencia. Lo interesante es que Pozzi describe la situación actual… pero lo escribió en “Luchas sociales y crisis en Estados Unidos”, ¡publicado en 1993! También recomendamos los libros, artículos y entrevistas de este autor.
De esta manera, vemos que existen obstáculos estructurales para el surgimiento de una alternativa de izquierda en Estados Unidos. Y hay más. Está el financiamiento de las campañas electorales, siempre más caras, donde la modalidad de donaciones monetarias permite votar por el candidato rentado por farmacéuticas, inmobiliarias, empresas armamentísticas, fondos de pensión, de inversión, fundaciones, grupos de acción política, lobbies extranjeros, medios de comunicación masiva, las indispensables redes que nada saben y todo propalan… basta ver opensecrets.org, donde figura qué empresas financian a qué políticos. También está el sistema de colegio electoral, que habilita a un candidato menos votado en las urnas para alzarse con la presidencia. Es un mecanismo que funciona, aunque en un país con voto optativo todo eso termine por representar más a las corporaciones que pagan que a los electores que votan. También existe el rediseño permanente de las circunscripciones electorales para favorecer determinados resultados (a eso le llaman gerrymanderismo). Ninguna es una cuestión de hoy, pero es el resultado de una evolución histórica que ya lleva más de un siglo. Peter Buhle la resume cundo dice en “Marxism in United States” (1991): “Lo que hace excepcional a Estados Unidos no es la ausencia de lucha de clases, sino la constante fragmentación en base a la división por criterios raciales, étnicos y regionales”. Esa modalidad es calificada como “americanismo” por Buhle. En la práctica impide que los pocos candidatos de “izquierda” que sean electos puedan llevar a cabo las promesas de campaña. La izquierda fue marginada durante el neoliberalismo, desplazada a los márgenes académicos o identitarios. Sin repercusión en los medios, con el sindicalismo debilitado por leyes, precarización y tercerización, la cultura política se centró en el individuo. Pablo Pozzi lo llama “la democracia del deseo”. En 2011, el movimiento Occupy Wall Street volvió —un poco— a evocar las clases sociales al grito de “somos el 99%”. “Occupy creó el clima cultural para el surgimiento de una izquierda posneoliberal”, señala Pozzi.
Los nombres actuales
Al día de hoy, algunas personalidades han logrado superar esa “barrera sanitaria”. ¿Serán la izquierda realmente existente? El más conocido es Bernie Sanders, veterano senador demócrata por Vermont. Hace poco sorprendió la victoria de quien ganó la interna en el PD para competir por la simbólica alcaldía de la ciudad de Nueva York a fin de año, el izquierdista Zohran Mamdani. También está “The Squad”, un grupo de representantes como Alexandria Ocasio-Cortez, representante (diputada, diríamos en Argentina) de Nueva York; Ilhan Omar que representa a Minnesota aunque nació en Somalía, es la primera musulmana en la Cámara; Rashida Tlaib, por Michigan, es de origen palestino y también musulmana; Cori Bush, afroamericana por Missouri. Muchas de ellas adhieren al DSA, Democratic Socialist of America, una agrupación situada a la izquierda del Partido Demócrata (no es tan difícil) que alzó vuelo con la candidatura de Sanders. Contaría con unos cien mil afiliados. Además de los escasos representantes que pueda tener en el Congreso, también existen un centenar de militantes del DSA electos en cargos estaduales o locales.
La agenda política que sostienen comprende el seguro médico para todos, aboga por un “Green New Deal”, que no se limita a la dimensión ecológica, sino que comprende el conjunto de los problemas sociales; exige aumento del salario, combate al racismo, apoya la causa LBGTI+, reniega de las intervenciones militares en Estados Unidos y se manifiesta contra el genocidio en Gaza. Es cierto que son cuestiones que tardarían media hora en ser aprobadas por el concejo municipal de Oslo, capital de Noruega, pero que en Estados Unidos les vale encono y ataques permanentes. Aquí tenemos que hablar de Zohran Mamdani. Nacido en Uganda aunque de origen indio, ese muchacho de confesión musulmana tiene 33 años, es legislador del Estado de Nueva York y logró vencer al candidato del establismhment demócrata para ser el próximo candidato a intendente de La Gran Manzana. Militante de DSA, propone regular los alquileres, construir viviendas populares, imponer a los más altos ingresos, habilitar el transporte público gratuito… Además, la campaña electoral de Zohran se destaca por el profesionalismo. De riguroso traje y corbata, ¡hasta graba mensajes en español para los latinos!
El DSA también participa en el reverdecer de la actividad sindical, por ejemplo cuando los trabajadores buscan organizarse en la “era de las plataformas”, como en Starbucks o Amazon. Por cierto, Jeff Bezos —el que alquiló Venecia para casarse— manda a los matones de Pinkerton (otra vez) para infiltrarse entre los obreros, echa a los huelguistas y vigila para detectar posibles militantes entre los obreros, en especial esos que hablan de “salario digno” o “condiciones de trabajo”. El algoritmo al servicio del capital. ¿O el algoritmo es una de las formas actuales del capital?
Como sea, el instituto Pew, que acostumbra encuestar, observa que en 2022 la percepción del socialismo conserva una mayoría negativa. Lo interesante es que entre los jóvenes, los afroamericanos y los sectores de bajos ingresos, la idea socialista es vista de manera muy positiva o algo positiva entre 40 y 52% de los encuestados. El rechazo a la izquierda aumenta cuanto mayor es el ingreso y más elevada la edad. Lo excepcional es que, con todos los medios y redes dominantes en contra, en una sociedad dominante donde “socialista” es un insulto, considerado un crimen antinorteamericano, exista esa proporción de personas que al menos consideran interesante la idea de socialismo. Por supuesto, en una presentación socialdemócrata, que al día de hoy parece insuficiente para construir una alternativa electoral, aunque parece eficaz en la organización de base y en tanto corriente de opinión. Es que desde el siglo XIX la izquierda estadounidense ha sido considerada como una conspiración extranjera, una infiltración interna, acusada de conspirar contra el ser nacional —que es el mercado— cuando no son agentes proislámicos después de las Torres Gemelas, representan la ideología “woke” y desde hace un tiempo son acusados de “marxistas culturales”, por personas que no saben quién es Marx y poco entienden de cultura.
“Ser gringo en México. Ah, eso sí es eutanasia”, dicen que dijo Ambrose Bierce antes de perderse en la Revolución Mexicana allá por 1913. El autor del siempre actual “Diccionario del Diablo” bien podría haber dicho “ser de izquierda en Estados Unidos… Bueno, eso sí que es una aventura”. Que por supuesto vale la pena de ser vivida.






