Con los JJOO de fondo, se cocina el próximo gobierno entre fracturas y miedo al diluvio.
A veces, algunas categorías francesas son adoptadas hasta en el lenguaje cotidiano. Así, los partidarios del Rey Luis XVI eligieron estar a la derecha de la presidencia en la Asamblea Constituyente de 1789, mientras que los partidarios de una monarquía constitucional —o de una república— se sentaron a la izquierda. Una topología política que usamos todos los días. En la actual reflexión también apelaremos al historiador Fernand Braudel, con ese tema del tiempo corto, medio y largo. Vamos a ver qué pasa.
En el tiempo corto, el Nuevo Frente Popular (NFP), que obtuvo la mayor cantidad de votos para la Asamblea Nacional, postula a Lucie Castets para primera ministra. Es toda una jugada: tiente el perfil técnico requerido —egresada de la Ecole Nationale d’Administration— y las convicciones políticas para restablecer la edad jubilatoria a 60 años— (Macron la elevó a 64), aumentar los salarios mínimos y gobernar a través del consenso social antes que por la artimética parlamentaria. Si forma gobierno, el NFP tiene un programa que entiende podrá realizar, aunque haya que ver día a día y paso a paso qué mayorías podrían formarse, sin excluir el uso del decreto para superar el inmovilismo de la Cámara. Es una combinación principista en los objetivos y pragmática en los instrumentos. Veremos si funciona.
El macronismo, por su parte, rechaza cualquier gobierno NFP, promete censurar cualquier gobierno donde haya un ministro/a NFP, no quiere nada con el NFP. Cuando no hay proyectos, buenos son los rechazos. En los hechos, el presidente Macron juega a la cronoterapia, luego de ser el gran beneficiario del “desistimiento republicano”, que consistió en unir los votos necesarios para impedir cualquier elección de un candidato de extrema derecha. Allí donde un macronista podía vencer a un lepenista, NFP le aportó los votos necesarios. Eso funcionó, y gracias a ello Macron dispone de un tercio de los diputados, que no hubiera conseguido de otra manera. El Partido Socialista resucitó de la muerte política gracias a su participación en el NPF, y espera el momento en que haya que sacrificarse por los intereses superiores y permanentes de Francia —o los propios, que perciben idénticos— y habilitarle una mayoría a Macron, que solo espera ese momento, dado que tantos socialistas han quedado lejos del poder durante tanto tiempo. De allí que Macron diga que nadie ganó las elecciones, aunque los resultados digan otra cosa; que hay que esperar para formar mayorías sólidas —que sólo él puede conducir— e impone una “tregua” olímpica mientras duren los juegos, como si estuviera en alguna guerra del Peloponeso. Macron, además, puede ser persa si es necesario. El oro vale más que el bronce. Son los juegos.
La extrema derecha está frustrada y satisfecha. Frustrada, ya que luego de ganar las elecciones europeas y recibir “la divina sorpresa” de la disolución y el llamado a elecciones, pensaba construir una mayoría con los propios y con los desertores de otras familias de la derecha —hasta ese momento reticentes al lepenismo— en particular entre “los republicanos”, el último avatar de lo que alguna vez fue el gaullismo, pero hace mucho, mucho tiempo. De allí que Eric Ciotti, líder de los Republicanos, se pasara al bando extremista antes de las elecciones, con la esperanza de arrastrar tras sí a los diputados que le faltasen a la extrema derecha para formar gobierno. Si bien en una primera vuelta pareció que podía, en la segunda se vio que no le alcanzó para competir contra la unión de votos mencionada entre izquierda, centro y liberales, y con prolijidad los lepenistas fueron despojados de toda representación institucional en la Asamblea. Sin embargo, la extrema derecha puede estar satisfecha. Desde aquella reunión en 1972 que reunió a un veterano de la Waffen-SS, varios colaboracionistas con los nazis, otros nostálgicos del imperio colonial francés y algunos jóvenes extraviados en la extrema derecha, todos unidos contra el comunismo, contra el gaullismo, por la pureza de la raza blanca, con el racismo como norma y la xenofobia como ejercicio, siempre contra el Estado de Bienestar —demasiado socializante— y las masas —siempre demasiado comunizantes—, hoy Marine Le Pen puede constatar con orgullo que están cerca de las puertas del poder en Francia como no lo estuvieron desde 1940. Recordemos que los plenos poderes constitucionales al Mariscal Pétain, que encabezaría el regimen títere de Vichy, fueron votados por la Asamblea Nacional en ese año, pese a la proscripción de los comunistas, el voto en contra de muchos socialistas y varios patriotas de derecha. Era la misma cámara que fue electa en 1936 en nombre del Frente Popular. Con el apoyo masivo de los conservadores y de la mayoría de los radicales, Francia entraría en las sombras por cuatro años.
Por supuesto, el Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen no es el partido conducido por el padre, Jean Marie Le Pen. Uno nunca sufre dos veces en el mismo fascismo. De obtener porcentajes testimoniales, el Frente Nacional —como se llamaba entonces— estalla en 1986. François Mitterrand gobierna desde 1981. Pero las esperanzas de “cambiar la vida” terminaron en 1983, con el regreso a una política de ajuste presupuestario. En ese marco, las elecciones de 1986 podrían signar la derrota absoluta. Pero Mitterrand alcanzó una derrota relativa, ya que cambió el sistema electoral, que era de escrutinio mayoritario a dos vueltas, por la proporcional. Eso también permitió que una treintena de diputados lepenistas entraran al congreso. Esa división entre la derecha “republicana” heredera del gaullismo y por lo tanto antifascista, hizo que no existiese posibilidades de unión con la extrema derecha “antirepublicana”, y por consiguiente así lograba dividir las fuerzas del adversario. Con la vuelta al sistema uninominal por circunscripciones en 1988, el Frente Nacional ya no existía. En las presidenciales de ese año, Mitterrand fue reelecto con el 54% de los votos, aunque Le Pen obtuvo cerca de un 15% en la primera vuelta. El Frente Nacional repitió esa cifra en 1995, pero llegó segundo con el 18% en 2002. Habría que esperar el 2017 para que Marine Le Pen, la hija del jefe, llegase otra vez a la segunda vuelta, para perder frente a Emmanuel Macron, lo que volverá a suceder en 2022, aunque esta vez con un envidiable 40% en segunda vuelta y con 89 diputados. Luego de la reciente disolución, ostenta un bloque de 142 bancas. Y sin proporcional. Por cierto, el Frente Nacional de Marine Le Pen cambió la marca electoral, relegó al segundo plano las expresiones tanto supremacistas como antisemitas, aunque conserva el discurso contra la inmigración y cultiva la islamofobia. Hasta puso a Jordan Bardella, una cara joven, para marcar el dinamismo de RN. ¿Qué pasó?
Tiempo medio y la cuestión europea
Es donde entra el tiempo medio. Desde la caída de la Unión Soviética, las clases dominantes europeas ya no insistieron tanto con el Estado de Bienestar elaborado desde la segunda posguerra, ese que mantenía las clases populares en una posición reformista y no revolucionaria. Desde entonces, los mayores empresarios descubrieron que las privatizaciones, desregulaciones, flexibilizaciones son un buen negocio y que los obreros ya no pueden ir ni al paraíso. Es el momento que la política francesa adopta la modalidad de liberales de izquierda contra liberales de derecha, siempre en acuerdo sobre los grandes temas como el equilibrio presupuestario, la progresiva precarización del proletariado y la integración europea con especial adoración al Euro. Es cuando aparecen en las estadísticas las viejas diferencias con nuevas significaciones. Emmanuel Todd señala el rechazo de las clases populares al Euro y a los tratados europeos, mientras que los sectores medios educados y las élites de todo el arco político apoyan a Bruselas. Existe un abandono político de las izquierdas de los territorios, que son dejados a los repliegues identitarios. Cuando no existen horizontes, igual hay que creer en algo. Sobre todo, a medida que las promesas sobre las ventajas de la moneda única y la prosperidad para todos veían pasar los decenios sin resultados tangibles para el pueblo, bien por el contrario. La redención a través del sacrificio no parece ser la mejor receta para conservar democracias. Puede servir en religión, que maneja valores absolutos, pero no en política, que sostiene conceptos relativos. Así que imaginen los resultados políticos de poner en el pedestal de las nuevas creencias a la burocracia de Bruselas, supranacional e incomprensible al común, eterna adoradora del ajuste fiscal y fiel practicante del austericidio. El vacío entre gobernantes y gobernados es ocupado por la extrema derecha: la cuestión social deviene asunto racial.
Jacques Attali, quien fuera consejero de Miterrand y es hoy uno de los pocos liberales lúcidos que quedan, no esconde el rechazo que le provoca tanto el NPF como el RN. Ninguno de ellos, nos dice, y menos la izquierda, podrá levantar a Francia de los cuatro déficits fundamentales: el déficit presupuestario, el primario, el de balanza comercial y el de balanza de pagos. También hay que decir que el NPF no es responsable de ese estado de cosas: Macron ya transcurre el final del segundo mandato, y el ministro de Economía de Hollande era una tal Macron. Para Attali, “el enojo de los franceses está en un paroxismo; un enojo legítimo frente a la inseguridad, la insuficiencia de instrumentos para la integración de los nuevos franceses, el derrumbe de los servicios públicos, en particular en materia de salud y de educación, así como la ausencia de viviendas accesibles”. En ese contexto, sólo quedan realizar ajustes presupuestarios, para reencauzar el país según las normas de la Unión Europea, o aumentar los impuestos a los más ricos, lo que, según dicen, ahuyenta inversores, baja la calificación de deuda soberana y asoman las sombras del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario, todo un presente griego.
Tiempo largo y la herencia colonialista
Queda el tiempo largo. Porque no es sólo la situación interna de Francia, sino la posición internacional —el rango, como dicen— lo que está en juego. En Nueva Caledonia, colonia francesa incorporada por Napoleón III, los kanaks, el pueblo originario, sufrió lo que sufren los pueblos colonizados. La violencia volvió a estallar, como en los años ochenta, habida cuenta de que el sistema electoral entonces propuesto por Francia exigía determinados años de residencia en Nueva Caledonia, con el objetivo de favorecer a los kanaks. Pero esa promesa deja fuera del cuerpo electoral a muchos franceses que llegaron hace poco tiempo: esa inclusión es la que hace el problema. La derecha y la extrema derecha exigen declarar el estado de emergencia, paso previo a la represión, que siempre es mejor que la “guerra civil” que denuncian. Según estas derechas, los Kanaks recibirían apoyo chino y usarían la red tik-tok, que fue prohibida en las islas para impedir las movilizaciones. Aunque los problemas sociales rara vez tienen soluciones tecnológicas. El NFP ofrece más una aproximación política que una perspectiva étnica, aunque ha tenido que negociar esas posiciones con el Partido Socialista, bastante más conservador en la materia, como lo demuestra el apoyo del PS al Estado de Israel.
Recordemos que La Francia Insumisa, la fuerza más numerosa del NFP, y el propio Mélanchon, su líder, fueron acusados de antisemitas por pedir un alto el fuego permanente en Gaza, el regreso de los refugiados y la provisión de ayuda humanitaria. Es interesante notar que parte de la “desdiabolización” de la extrema derecha pasa por el apoyo a Israel, a tal punto que Serge y Beate Klarsfeld, reconocidos cazadores de nazis que ostentan el justo trofeo del arresto y juicio contra Klaus Barbie (“el carnicero de Lyon”), llamaron a votar por Marine Le Pen, ya que consideraron que el NPF es más peligroso que el RN, que al menos apoya a Tel Aviv. Poco podrá hacer el NPF frente a la guerra de Ucrania, habida cuenta del belicismo ambiente, que es explícito en Macron y solapado en RN. Queda, como siempre, la cuestión africana. De las descolonizaciones de los años sesenta, todos los gobiernos franceses siempre tuvieron a buen recaudo tener buenos amigos en las nuevas naciones.
Es que ayer, como hoy, esos territorios contienen las materias primas necesarias para la industria francesa, ni que hablar petróleo, uranio, oro, entre otros. Por ello, el resurgimiento africano en Burkina Faso, Mali y Níger, en la zona sub-sahariana del Sahel, representa una amenaza al abastecimiento seguro de los recursos naturales que requiere Francia, sobre todo en tiempos de convulsión global. Recordemos que Thomas Sankara, verdadero combatiente contra el neocolonialismo en los años de 1980, fue derrocado y asesinado durante la presidencia de Mitterrand. Por cierto, la cuestión de fondo pasa por el mantenimiento del CFA, o franco africano (nombre de dos monedas, el franco CFA de África Occidental, utilizado en ocho países de África Occidental, y el franco CFA de África Central, utilizado en seis países de África Central), que determina las posibilidades de desarrollo de las excolonias francesas en África, ya que quien maneja la moneda domina la soberanía, bien lo sabemos los argentinos. Y ese CFA es administrado desde París. Para las derechas, es más fácil retirar bases militares que aceptar la soberanía monetaria del Sahel. Por último, fuera de toda participación de Naciones Unidas, Macron ha reconocido la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental, conocido como República Sarahui por el Frente Polisario desde 1976. Un viejo reclamo de la izquierda francesa queda así sepultado bajo el alineamiento con los intereses de la OTAN. Esto provocó el retiro del Embajador de Argelia en Francia. Continuará.
Por el momento, los medios masivos de manipulación lograron que los franceses blancos empobrecidos están más en contra de una amenaza inmigratoria inexistente, que a los gobiernos que los marginan y las grandes empresas que los precarizan, con una diplomacia que los confunde. En la magnífica inauguración macronista de los Juegos Olímpicos, sólo los cristianos menos ilustrados o más prejuiciosos —que son lo mismo— pudieron confundir “Las bodas de Tetis y Peleo” —o la Fiesta de los Dioses— con “La Última Cena”. Igual, esos fastos franceses dejan un extraño sabor, como esa frase que Madame de Pompadour le dijo a Luis XV: “después de nosotros, el diluvio”.